lunes, 24 de agosto de 2015

El Niño Feliz



La felicidad en la persona adulta es una decisión propia, no es permanente, y se obtiene trabajando para ello. La felicidad se da a ratos, y es nuestro deber, lograr que estos momentos superen a los difíciles, a las enfermedades y a las precariedades de todo tipo que a diario nos visitan sin ser invitados.  Sacar beneficio, y ver los aspectos positivos que nos trae consigo la adversidad, es también parte de nuestro deber si deseamos hacer la vida más llevadera para nosotros y los demás. Cuando se es niño, se tiene una vocación innata para ser feliz, hasta que el niño aprende de nosotros las mañas y actitudes que ya hemos aprendido y que nos hacen adultos infelices.

Procurar que nuestros hijos sean felices debe ser la meta principal de todos los padres, más importante que proporcionarles una profesión, y para lograrlo no hay que ser rico.

Edward Hallowell, psiquiatra y autor de “The Childhood Roots of Adult Happiness” (Las Raíces Infantiles de la Felicidad Adulta), dice que los niños demasiado mimados ya sea porque se les compra muchísimos regalos, o se les resguarda constantemente de sentirse incómodos emocionalmente son más propensos a ser adolescentes y adultos aburridos, cínicos e infelices, porque los indicadores de la felicidad son internos, no externos, y porque la felicidad no la debemos buscar en las cosas ni en los demás, sino en nosotros mismos.

El niño feliz juega y sonríe, es curioso, pregunta, interactúa, es sociable, muestra interés por los otros niños y no demanda de una atención permanente, y eso depende en gran parte de la crianza que se está recibiendo. Igualmente, los signos del niño infeliz son muy claros: es retraído, callado, no se alimenta bien, no interactúa espontáneamente con otros niños, juega con pocas ganas si se le pide hacerlo, no hace preguntas, ríe y habla poco. ¿Qué se puede esperar de un niño así cuando llegue a la adultez? Independientemente de los lauros académicos que haya podido obtener, y de la fortuna que haya podido acumular, será un infeliz.

Unos padres imperfectos como lo somos todos, pero que a la vez seamos amorosos, honestos, sinceros, justos, corregidores de defectos, pobres o ricos, estarán en capacidad de sentar las bases para hacer de su hijo el niño feliz.  El adulto y ciudadano que deseamos y necesitamos.

Dr. Marcos Díaz Guillén
Pediatra-Neonatólogo
Santo Domingo, República Dominicana

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