Los padres, desde el momento que decidimos serlo, tenemos la obligación de educar, alimentar, abrigar, amar y proteger a nuestros hijos. Unos lo hacen de la manera más irresponsable, y otros tan en serio, que hasta les niegan el derecho a vivir como ni;nos.
En ocasiones el niño puede irse a la cama pasadas las 12
de la noche, enganchado a un celular sin el menor control, y en otros casos,
tan ocupado que se le niega el derecho al juego o al ocio.
En la sociedad
competitiva que vivimos, el niño debe hacer sus tareas, asistir a clases de
música, estudiar idiomas, ir al ballet o al futbol, porque debe estar lo mejor
preparado posible en esta sociedad global, en la que solo los mejores tendrán
oportunidades. Cosas que son muy ciertas y reales, y muy buenas, solo cuando se
dan de manera equilibrada, poniendo cada cosa en su lugar.
No es sano que un ser humano en formación como es el niño,
deba estar en un laborantismo permanente, sin espacio libre, sin oportunidad de
aburrirse, que deje de ser niño. Hay que evitar en esa etapa de su vida, que pase
el tiempo y cuando ya sea tarde, darnos cuenta que por no perder las
oportunidades, perdimos lo que más queríamos.
Debemos aburrirnos de vez en cuando y permitírselo a
nuestros hijos para que puedan desarrollar su capacidad innata de ser
creativos, no tienen que estar ocupados todo el tiempo.
“El aburrimiento puede ser una sensación incómoda, y por
ello, la sociedad ha desarrollado expectativas para que estemos constantemente
ocupados y estimulados. Sin embargo, para ser creativo, hay que desarrollar
estímulos internos que precisan de cierta quietud. Y a nuestros ni;nos y
jóvenes, no les estamos proporcionando los recursos interiores o las respuestas
para hacerle frente al aburrimiento de una manera creativa sin terminar dando
tumbos o haciendo cosas sin sentido”( Teresa Belton, investigadora de la
universidad East Anglia, Reino Unido).