La gente de nuestro país ya no es como antes. La intolerancia es más
evidente a todos los niveles. Se está perdiendo la alegría en la gente de
abajo, del medio y los de arriba. Es intolerante el taxista, el chofer de
concho, el que conduce el carro destartalado como el que maneja el vehículo de
lujo, el civil y el militar, los hombres y las mujeres, el blanco, el negro y
el mulato. Y, no hay dudas, que lo que vemos en las calles, es un indicador de
lo que está pasando en nuestros hogares. Si a nuestras limitaciones como
sociedad le sumamos la pesada carga del pesimismo y la intolerancia, perderemos
de vista nuestros verdaderos objetivos, y este nuevo estilo de terrorismo
autóctono, terminará por meternos en la peor de las pobrezas.
Debemos volver a nuestras raíces y valores. Debemos fomentar y fortalecer
nuestra inteligencia emocional, porque puede ser una guía para reconocer
nuestras fortalezas y debilidades, de tal manera, que podamos vivir una vida de
calidad independientemente de nuestras estrecheces.
Voy a reproducir el cuento “EL Globo”, de autor desconocido, del que
podemos aprender al meditarlo.
“El pueblo era pequeño y el vendedor, que había llegado pocos días atrás,
ya tenía su lugar
Allí: se ubicaba en el parque, debajo de un gran árbol conocido como “palo
borracho”, que daba una maravillosa sombra y anidaba hermosas aves. Debajo de
ese gran árbol reunía con simpatía y ocurrencias a todos los que paseaban
reconociendo la feria.
En seguida demostró ser una muy
linda persona; muchos coincidían en que su objetivo era sacar sonrisas y dar
alegría al que se acercara a observarlo.
En su mano cubierta por un guante
sostenía muy fuertemente una gran variedad de globos de diferentes colores,
formas y tamaños; realizaba juegos, contaba historias muy entretenidas, y así
lograba captar la atención de pequeños y grandes.
En un momento donde mucha gente se había detenido a verlo, soltó un globo
rojo. Toda la gente, especialmente los niños, miraron cómo el globo se elevaba
hacia el cielo.
Luego soltó un globo azul, uno
naranja, después uno verde, uno amarillo, uno blanco… Todos
Subieron hacia el cielo, al igual que el globo rojo.
Un niño negro, sin embargo, miraba
fijamente sin desviar su atención, un globo negro que aún sostenía el vendedor
y le expresó su gran inquietud:
– Señor, si soltara usted el globo
negro, ¿subiría tan alto como los demás?
El vendedor le sonrió tiernamente
al niño y en seguida soltó el hilo con que tenía sujeto el globo negro.
Mientras éste se elevaba hacia lo alto, le dijo:
– No es el color lo que le hace
elevarse. Es lo que hay dentro”.
Dr. Marcos Díaz Guillén
pediatra-neonatólogo
Santo Domingo
República Dominicana
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