El agua es vida, pero cuando se desborda en forma de inundaciones en un país caliente en el que la mayoría de sus habitantes viven en condiciones de pobreza e ignorancia, hacinados y haciendo vida muy cercana a ríos, lagunas y cañadas. En estas circunstancias, el agua se convierte en causa de insalubridad, enfermedad y muerte.
El gobierno hizo lo correcto cuando tomó las medidas para
evitar accidentes y muertes ante los torrenciales aguaceros e inundaciones que
nos ha traído la última tormenta tropical. Sin embargo, los esfuerzos de esa
prevención estarían incompletos si una vez terminadas las precipitaciones no se
realiza una permanente y rigurosa vigilancia epidemiológica y asistencia a la
población, para evitar brotes epidémicos como consecuencia del calor y la
humedad que, en nuestro país han hecho endémicos a muchos vectores y
enfermedades.
Ahora más que
nunca, gobierno y población, debemos estar conscientes y alertas para minimizar
los efectos de unas amenazas que conviven con nosotros y que hoy, pueden
hacerse más evidentes: brotes de enfermedades transmitidas por mosquitos,
garrapatas, roedores, perros y personas que depositan sus heces y orina en
nuestros ríos, patios y cañadas: Dengue, malaria, amebiasis intestinal, colera,
leptospirosis y otras.
¿Qué hacer ahora, pasada la tormenta y siempre?
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Uso adecuado del agua que almacenamos.
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Hacer las
inversiones necesarias para que el agua por tubería llegue a todos, no solo a los
que pueden construir un pozo, una cisterna e instalar una bomba de agua.
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Higiene personal y lavado de las manos.
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Que los médicos y todo el personal sanitario
público y privado cuide las instalaciones de clínicas y hospitales haciendo un
uso racional de nuestros recursos.
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Elevar el nivel de educación de la población.
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En la consulta con el paciente, tomarnos unos
minutos y educar en salud y prevención.
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Eliminar los criaderos de insectos.
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Promover la lactancia materna de todos los niños
dominicanos.
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Completar el programa de vacunación en
embarazadas, niños, adolescentes y envejecientes.
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