martes, 24 de noviembre de 2015

Intolerancia: pecado de la modernidad

La gente de nuestro país ya no es como antes. La intolerancia es más evidente a todos los niveles. Se está perdiendo la alegría en la gente de abajo, del medio y los de arriba. Es intolerante el taxista, el chofer de concho, el que conduce el carro destartalado como el que maneja el vehículo de lujo, el civil y el militar, los hombres y las mujeres, el blanco, el negro y el mulato. Y, no hay dudas, que lo que vemos en las calles, es un indicador de lo que está pasando en nuestros hogares. Si a nuestras limitaciones como sociedad le sumamos la pesada carga del pesimismo y la intolerancia, perderemos de vista nuestros verdaderos objetivos, y este nuevo estilo de terrorismo autóctono, terminará por meternos en la peor de las pobrezas.

Debemos volver a nuestras raíces y valores. Debemos fomentar y fortalecer nuestra inteligencia emocional, porque puede ser una guía para reconocer nuestras fortalezas y debilidades, de tal manera, que podamos vivir una vida de calidad independientemente de nuestras estrecheces.

Voy a reproducir el cuento “EL Globo”, de autor desconocido, del que podemos aprender al meditarlo.

“El pueblo era pequeño y el vendedor, que había llegado pocos días atrás, ya tenía su lugar
Allí: se ubicaba en el parque, debajo de un gran árbol conocido como “palo borracho”, que daba una maravillosa sombra y anidaba hermosas aves. Debajo de ese gran árbol reunía con simpatía y ocurrencias a todos los que paseaban reconociendo la feria.
  En seguida demostró ser una muy linda persona; muchos coincidían en que su objetivo era sacar sonrisas y dar alegría al que se acercara a observarlo.
  En su mano cubierta por un guante sostenía muy fuertemente una gran variedad de globos de diferentes colores, formas y tamaños; realizaba juegos, contaba historias muy entretenidas, y así lograba captar la atención de pequeños y grandes.
En un momento donde mucha gente se había detenido a verlo, soltó un globo rojo. Toda la gente, especialmente los niños, miraron cómo el globo se elevaba hacia el cielo.
  Luego soltó un globo azul, uno naranja, después uno verde, uno amarillo, uno blanco… Todos
Subieron hacia el cielo, al igual que el globo rojo.
 Un niño negro, sin embargo, miraba fijamente sin desviar su atención, un globo negro que aún sostenía el vendedor y le expresó su gran inquietud:
 – Señor, si soltara usted el globo negro, ¿subiría tan alto como los demás?
    El vendedor le sonrió tiernamente al niño y en seguida soltó el hilo con que tenía sujeto el globo negro. Mientras éste se elevaba hacia lo alto, le dijo:

 – No es el color lo que le hace elevarse. Es lo que hay dentro”.
Dr. Marcos Díaz Guillén
pediatra-neonatólogo
Santo Domingo
República Dominicana

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