Durante los meses de junio, julio y agosto, el
cielo se torna amarillento anunciándonos una poderosa amenaza: el polvo del
Sáhara. Esta masa de aire cálido y seco, que viaja desde el norte de África,
transporta millones de toneladas de partículas diminutas que cruzan el
Atlántico y llegan hasta el Caribe, Centroamérica y parte del sur de Estados
Unidos. Y, lo preocupante es, que no solo es polvo: contiene bacterias, virus,
esporas de hongos, metales pesados y residuos de pesticidas.
En el año 2024, los
monitoreos satelitales registraron concentraciones récord en los niveles de
partículas PM10 y PM2.5 (partículas suspendidas en el aire, que, niños y
adultos las podemos respirar y que son responsables directas de muchos
problemas respiratorios que padecemos). Las partículas PM 10, son más grandes y
gruesas, pero se pueden inhalar y llegar
a las vías respiratorias superiores y las PM 2.5 que son más finas y penetran más
profundamente a nuestro sistema respiratorio (al pulmón).
Los niños son los más afectados, con su
sistema inmunológico aún en desarrollo, son especialmente vulnerables. Este
polvo puede inflamar e irritar las vías respiratorias, provocar crisis de asma,
conjuntivitis alérgica, dermatitis y tos persistente. Muchos niños, llegan a la
consulta médica con síntomas y una tos que no responde a los tratamientos
habituales. Y en los adultos mayores —sobre todo aquellos con enfermedades
cardiovasculares, EPOC o secuelas de COVID-19—, este fenómeno actúa como un
detonante peligroso, agravando su estado de salud y elevando el riesgo de
hospitalización.
El impacto no se detiene ahí. Estudios
recientes han demostrado que la exposición prolongada al polvo del Sáhara puede
afectar el desarrollo pulmonar en niños, aumentar la presión arterial en
adultos mayores y alterar la microbiota respiratoria, haciéndonos más
susceptibles a infecciones.
Aunque no podemos evitar el polvo del Sáhara,
sí podemos protegernos. Usar mascarilla en espacios abiertos cuando el cielo se
torne gris-amarillento, cerrar puertas y ventanas durante esos días, mantener
una buena hidratación, cuidar la higiene corporal y ocular, y tener siempre a
mano la medicación de quienes padecen asma o alergias. Enseñemos a nuestros
hijos a no frotarse los ojos ni la nariz y estemos atentos si los síntomas no
ceden.
Reconozcamos, que el polvo del Sáhara es hoy
más intenso que antes, y no es casualidad. Se debe al cambio climático producto
de nuestras acciones. Y que cuidar de nuestros niños es también cuidar el
planeta. Y aunque nos parezca tarde, siempre es buen momento para empezar. Para
cambiar. Para enseñar y para aprender.
Marcos Díaz Guillén
pediatra de la República Dominicana.
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