miércoles, 22 de julio de 2009

La Tarántula y otros temores infantiles

Sobre mi escritorio siempre tuve un adorno, era una tarántula, un regalo de un familiar muy querido el dia de mi graduación. Una tarde me ví obligado a guardarla en un cajón cuando una madre se puso histérica al verla.

En el centro de una esfera acrílica y cristalina, disecada para siempre, incapaz de hacer daño, reposaba ese hermoso animal, para muchos adultos impropio del consultorio de un pediatra.

Como la vida nos enseña a diario a los que deseamos aprender, los niños y la tarántula me enseñaron algo muy importante.

¿Qué me enseñaron?

Que el niño en su ingenuidad, no es capáz de sentir miedos, fobias o temores, que esas experiencias las aprende de nosotros los adultos muchas veces trastornados y maliciosos.

A los niños más pequeños nuestro adorno les producía curiosidad, nos preguntaban que
cómo se metió ahí, que si estaba viva, y por qué estaba presa. Incluso,llegué a hacer un trato con un niño de que algún dia nos pondríamos de acuerdo para dejar
en libertad a nuestra tarántula.

Pude observar, que el niño que antes curioseaba en torno a la tarántula, en visitas sucesivas fué aprendiendo de su madre la experiencia negativa de sus miedos mostran – dose después muy ansioso y asustadizo. Perdió algo bello que poseía, algo que le adornó hasta que aprendió los rasgos paranoicos del adulto. Perdió la ingenuidad y la confianza en sí mismo. Y eso ocurre a diario, no solo con el miedo infundido por la madre o el padre en el caso de un animal disecado e indefenso.

Ocurre en muchos de nuestros actos en el diario vivir con nuestros hijos, en la forma de instruirlos o de enseñarlos a vivir. No para que sean hombres y mujeres felices, libres, justos y sin temores, sino para todo lo contrario.




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