Las personas
solitarias, sin conyugues o sin amigos son más propensas a enfermarse y
presentan una tasa de mortalidad el doble que las que tienen buenos lazos
sociales. Steve Cole y cols. de la Universidad de California en Los Angeles
(UCLA) han dado seguimiento a 153 voluntarios entre 50 y 60 años de edad para
estudiar éste fenómeno. Pudieron comprobar, que los cambios en la expresión
genética de las células inmunitarias estaban directamente relacionados con el
distanciamiento social experimentado por los sujetos. Estos resultados explican
por qué las personas solitarias sufren más inflamación crónica a pesar de tener
altos niveles de cortisol y son más vulnerables a los microorganismos y a otras
dolencias.
El estudio fue
publicado en “Genome Biology”. “Es el primero en poner de manifiesto a nivel
molecular cómo la soledad pone a la persona que la padece en mayor riesgo de
padecer enfermedades y proporciona un marco molecular para entender por qué los
factores sociales se relacionan con ciertas enfermedades”. Y, cómo el ambiente
puede modificar nuestros genes.
Un dato que
guarda relación con estos hallazgos es el caso de los japoneses que emigraron a
los EE.UU. en busca de trabajo, se notó, que experimentaban un aumento
significativo de enfermedades cardiacas. En principio se atribuyó a que
adoptaron hábitos poco saludables, pero actualmente parece más probable que se deba
al impacto cultural y a la perdida de los lazos familiares y sus vínculos de
amistad. El genoma humano se altera en situación de soledad y no depende del
número de personas con las que usted se relaciona, sino de la calidad de esas
relaciones y de la sensación de aislamiento que sufra el individuo. La misma soledad y abandono que describiera en un niño Gabriela Mistral en su poema “El
Niño Solo”.
“Como
escuchase un llanto me paré en el repecho
Y me acerqué a
la puerta del rancho del camino.
Un niño de
ojos azules me miró desde el lecho.
Y una ternura
inmensa me embriagó como un vino.
La madre se
tardó curvada en el barbecho,
El niño, al
despertar, buscó el pezón de la rosa
Y rompió en
llanto…. Yo le estreché contra el pecho,
Y una canción
de cuna me subió, temblorosa……
Por la ventana
abierta la luna nos miraba.
El niño ya
dormía, y la canción bañaba,
Como otro
resplandor, mi pecho enriquecido …..
Y cuando la
mujer, trémula, abrió la puerta,
me vería en el
rostro tanta ventura cierta……
Que me dejó el
infante en los brazos dormido”.
Y es que
existen otros poemas que nosotros a diario escribimos y que bien podríamos
titular: La madre sola, el padre solo,
la abuela sola o el abuelo solo.
Dr. Marcos Díaz Guillén
pediatra-neonatólogo,
Santo Domingo,
República Dominicana
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